Por:
Rocío Cerecero y Crisanto Castillo
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¿Podría evitarse el desgaste excesivo de la competencia para ser exitoso en la vida? ¿Realmente nuestra meta es mostrarle al mundo y a uno mismo que somos los mejores en lo que hacemos y nos proponemos hacer? Éstas y otras preguntas nos llevan a las siguientes reflexiones.
Cada vez que se emprende una actividad no se puede evitar pensar en la comparación con otros que están haciendo lo mismo. Por ejemplo, un jugador de básquetbol o fútbol piensa y siente la necesidad de alcanzar los altos estándares de otros jugadores para posteriormente ser mejor. Un profesionista que egresa de cualquier universidad y que busca colocarse en el mercado laboral inmediatamente siente la necesidad de competir. Desde esta perspectiva pareciera ser que estamos condenados a luchar sistemáticamente por sobresalir y ser los mejores.
En la educación tradicional estos patrones de comportamiento social inevitablemente son imitados y puestos en práctica en el salón de clase en donde muchas veces el profesor no está totalmente consciente de este fenómeno. En esta feroz y encarnada lucha la mayoría sale perdiendo. Unos cuantos son los que logran destacar no importando si a su paso destruyen o no a los demás.
Las nuevas tendencias educativas incorporan el trabajo colaborativo como una estrategia didáctica básica. La colaboración llevada al salón de clases, es una forma distinta de hacer las cosas, de encarar situaciones de aprendizaje y darle significado a los resultados de un área específica del conocimiento. En general, en un ambiente de aprendizaje colaborativo, el alumno se relaciona con sus demás compañeros de la clase para aprender a construir juntos su conocimiento y al mismo tiempo construirse a sí mismo.
El trabajo colaborativo desarrollado en el salón de clase consiste en que los alumnos lleven a cabo, en pequeños grupos, las actividades de aprendizaje diseñadas por el profesor, en donde cada miembro del grupo está consciente de que es su éxito es el éxito de todos. Esta estructura se aplica sistemáticamente durante el desarrollo de las actividades y es importante que al finalizarlas el grupo reflexione y reconozca las fortalezas del proceso para celebrarlas y las debilidades para corregirlas.
¿Qué pasaría si lleváramos el trabajo colaborativo fuera de las aulas y lo tomáramos como una filosofía de vida? ¿Cómo se beneficiaría nuestra relación laboral o familiar si esto se diera de manera correcta?
Pensemos que en esta nueva forma de relacionarse cada persona deberá sentir la responsabilidad del otro como suya para alcanzar la meta del grupo. Asimismo, cada integrante deberá de expresar directamente a los demás sus preocupaciones, sus ideas, incluso sus sentimientos, acerca de cómo se está avanzando o trabajando dentro del grupo. Todo esto se deberá llevar a cabo con el fin de corregir el rumbo o de celebrar aquellos procesos que conducen al logro de la meta.
Lo que planteamos parece una utopía. Pensar en un cambio es difícil y más cuando nuestra formación es totalmente individualista o competitiva. Pero, desde nuestros propios contextos de existencia, tenemos la oportunidad histórica de generar un cambio individual y en consecuencia un cambio social.
En este contexto, la colaboración debe ser la herramienta fundamental para que en la educación se propicie el aprendizaje, en las empresas se dé la productividad y en la sociedad reine la armonía. O tú, ¿qué piensas?