Revista de Divulgación Científico-Tecnológica del Gobierno del Estado de Morelos

MORELOS: LECCIÓN PARA LA REFORMA AGRARIA

tepoztlan en el tiempo

El caso del estado de Morelos constituye el ejemplo más temprano de una reforma agraria radical en una región de cultivo de plantación. La industria azucarera local se encontraba en 1920 completamente destruida por los efectos de la guerra, la quema de cañaverales, el robo de la maquinaria de los ingenios por las fuerzas de ocupación de Pablo González e, inclusive, por la emigración de trabajadores calificados.

Los campos de riego, indispensables para el cultivo de la caña de azúcar, se hallaban inutilizados por los daños a la infraestructura hidráulica de obras mayores y el azolve de la mayoría de los canales de distribución. La posibilidad de una rápida recuperación de la industria –tal como se dio en la cercana región de Izúcar de Matamoros por la acción empresarial de Jenkins en su nuevo ingenio de Atencingo, aunada con la brutal represión de todo intento agrarista– se vio clausurada en Morelos por el reparto agrario que pospuso por dos décadas la rehabilitación de los cañaverales.

Varios proyectos se esbozaron, sin embargo, al respecto: en 1919 el ingeniero Domingo Diez planteó la necesidad de recuperar la actividad azucarera y en los tres lustros subsiguientes en forma reiterada se volvió sobre el asunto, en especial después de la fundación de Azúcar, S.A. en 1932. El ingeniero Felipe Ruiz de Velasco, antiguo hacendado de la región, esbozó un plan concreto por encargo de León Salinas, el gerente de dicha empresa, y de esos estudios cuajó la idea de la constitución de un ingenio central que originó la construcción del Emiliano Zapata en Zacatepec durante el régimen cardenista.

El reparto agrario en Morelos comenzó con las acciones efectuada por el propio Zapata en el transcurso de su movimiento, y fue una fuente de constantes preocupaciones para los gobiernos sucesivos de León de la Barra, Madero, la dictadura de Huerta y Carranza. En algunos casos, campesinos posesionados de las tierras de las haciendas cultivaron caña en pequeña escala para poder alimentar algunos ingenios, destinados por el jefe suriano a elaborar azúcar, con cuyo producto se podrían financiar algunas de las necesidades más perentorias de la lucha, aunque las vicisitudes de la misma cancelaron casi de inmediato esta alternativa. Asesinado el dirigente campesino en 1919 y ocupado el estado por las fuerzas carrancistas, el zapatismo parecía haber llegado a su fin. Sin embargo, la alianza tejida entre la dirección sobreviviente y Álvaro Obregón lo colocó nuevamente en una posición de fuerza, a tal punto que el Partido Nacional Agrarista –integrado en sus cuadros dirigentes por muchos de los más connotados zapatistas– se constituyó en uno de los soportes fundamentales de la presidencia del caudillo sonorense. En el estado, Genovevo de la O –uno de más notables dirigentes guerrilleros– fue nombrado comandante de operaciones militares, y el antiguo médico de Zapata, José G. Parres, tomó posesión de la gubernatura del estado el 22 de julio de 1921.

En los pueblos se constituyeron casi de inmediato comités agrarios que solicitaron restitución de tierras, validación de los repartos efectuados por Zapata o, más simplemente, la legalización de las ocupaciones de hecho de territorios de las haciendas. La labor de Parres y de los zapatistas que controlaban la Comisión Nacional Agraria fue canalizar esta inquietud dentro de los marcos legales vigentes, negando en la mayor parte de los casos las restituciones y legalizaciones de las ocupaciones, transformán¬dolas en acciones de dotación ejidal. Las acciones agrarias tuvieron un gran dinamismo y entre 1922 y 1927 se distribuyeron 112,885 ha de las 318,145 que poseían las haciendas en 1910. De éstas, 16, 560 eran de riego, 40,592 de temporal y 54,817 de tipos no agrícolas. Los años de mayor ritmo en el reparto fueron 1922, 1926 y 1927, que absorbieron el 14.4 %, el 21.4% y el 41.3% del total dotado en el periodo, respectivamente. Las haciendas perdieron el 35.5% de su superficie total para la creación de ejidos durante este periodo, pero este porcentaje aumenta su significación si se observa que fueron distribuidas el 53.4% de sus tierras de riego y el 55.2% de su superficie de temporal.

La desintegración de las haciendas azucareras por la reforma agraria fue todavía más profunda que lo que hacen ver las cifras anteriormente expuestas. En primer lugar, el sobrante de tierras de riego lo era sola-mente en forma potencial por la destrucción de la red hidráulica ya co¬mentada. Inclusive muchas de las tierras de riego distribuidas a los pue¬blos estaban en la misma condición. Por otra parte, el reparto no fue un proceso homogéneo y ordenado. La dotación de tierras a los pueblos des¬truyó la unidad de los campos cañeros, que rápidamente fueron dedicados a otros cultivos, en especial el maíz y en algunos casos arroz. El cuadro que muestra el proceso de afectaciones a las cuatro mayores haciendas del estado es representativo de la forma en que el campo cañero morelense fue parcelado y perdió toda significación como tal. Las empresas azucare¬ras habían desaparecido, y muchos hacendados traspasaron sus propie¬dades a la Caja de Préstamos para Obras de Irrigación y Fomento de la Agricultura por medio del sencillo expediente de no pagar los créditos que adeudaban con esa institución, con lo que los costos de la operación de reparto se descargaban directamente sobre el erario federal. Otros optaron por parcelar lo que les quedaba des-pués de las primeras dotaciones e ir vendiendo esos predios, y algunos cambiaron el carácter productivo de sus empresas, como fue el caso de Santa Ana Tenango. En general, el capital azucarero morelense abandonó la región, trasladándose a otros estados donde sentía mayor seguri¬dad, como Sinaloa y Veracruz.

[1], John Womack, Zapata y la Revolución Mexicana, Siglo Veintiuno Editores, México,  pp. 255-256.

[1], Domingo Diez, “El cultivo e industria de la caña de azúcar”, en Memorias de la Sociedad de Ingenieros y Arquitectos de México, México, 1918.

[1] Felipe Ruiz de Velasco, , Historia y evoluciones del cultivo de la caña y de la industria azucarera en México hasta el año de 1910, México, Editorial Cultura, 1938, pp. 5-9, 487-ss.

[1] Womack, Zapata y la Revolución Mexicana,, p. 231.

[1] Womack, Zapata y la Revolución Mexicana, p. 361.

[1] Carlos González Herrera, y Arnulfo  Embriz Osorio, “La reforma agraria y la desaparición del latifundio en el estado de Morelos. 1916-1927”, en Crespo, Horacio (coord.),  Morelos. Cinco siglos de historia regional, ceham-uaem, Cuernavaca, 1984, p. 298. Crespo para las cifras de 1910.

cuadro completo

En el resto del país la industria azucarera casi no había resentido los efectos de la reforma agraria. Mientras que en Morelos en 1930 el 40% de la propiedad de las haciendas había sido distribuido y cer¬ca del 30% de la superficie total del estado era ejidal, en Veracruz las tierras ejidales sumaban solamente el 0.6% de la superficie del estado y el 4.7% de las áreas cultivables, con el 7.1% de su valor. En Sinaloa, sólo el 0.2% de la superficie del estado era ejidal, mientras que la propiedad en manos privadas significaba el 95% del valor total. Morelos, que había marchado a la cabeza de la industria azucarera nacional hasta 1912, elaborando en sus 26 ingenios alrededor del 30% del total de la producción, literalmente había desaparecido de la actividad. Con la destrucción de los ingenios y de los campos cañeros la economía del estado quedó sumida en la ruina. El erario estatal pasó a depender enteramente de los subsidios federales y hacia 1925 la situación depresiva era tal que se comenzó a pensar seriamente en los planes de reinstalación de la industria azucarera en su territorio. Ésta fue la base del impulso del gobierno cardenista para desarrollar el experimento cooperativista en Zacatepec. El Gobierno Federal financió el proyecto que tuvo como reto superar la tradición de planeación centralizada de las actividades de campo y fábrica, donde sólo impe¬raban las decisiones del dueño o el administrador, para tratar de adecuar la racionalidad productiva al sinnúmero de voces y opiniones de la cooperativa acerca de cómo debía manejarse el ingenio. Apenas en la década de los cuarenta, y sobre estas nuevas y difíciles bases, Morelos volvió a participar en el concierto de la producción azucarera nacional con cifras significativas.

[1] Primer Censo Ejidal. 1935. Resumen General. D. Fisher, op. cit, p. 32.

[1] Banco de México, La industria azucarera de México, Oficina de Investigaciones Industriales, México, 1952, I, pp. 21-22.


Dr. Horacio Crespo / Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Universidad Autónoma del Estado de Morelos