Desde los primeros estudios históricos acerca del zapatismo, se pensó de este movimiento revolucionario como únicamente territorializado en el estado de Morelos, si bien se aceptaba con cierta tibieza que en algunos momentos había desbordado su terruño original. Sin embargo, la idea básica, nacida hacia mediados del siglo XX y la cual aún perdura en no pocos académicos, es que la revolución suriana es sinónimo de revolución morelense. Los textos fundadores de esta visión son los de Jesús Sotelo Inclán, impreso en su primera edición en 1943, y el de John Womack Jr., aparecido en 1969. En el primero de ellos se señala como factor trascendental y explicativo para el zapatismo, la lucha secular de Anenecuilco por la defensa de su territorio, de ahí su título: Raíz y razón de Zapata de Sotelo Inclán. En el segundo, de John Womack, aun cuando se refiere que el libro trata de la participación de Zapata en la Revolución Mexicana, el autor, desde las primeras páginas, enfatiza que el movimiento zapatista se restringió a la zona morelense.
Posteriormente, a mediados y finales de la década de 1970, un grupo de jóvenes investigadores del INAH realizaron una serie de entrevistas con los veteranos zapatistas en una amplia región que desbordó con mucho los límites políticos de Morelos. Quizás por esta interacción directa con los protagonistas de la revolución suriana y por las diversas geografías de donde éstos provenían, Salvador Rueda y Laura Espejel comenzaron a profundizar en otras variantes del zapatismo, más allá de la zona inicial morelense. Entonces se dieron cuenta que la División Genovevo de la O operó también en diversos pueblos del occidente del Estado de México y del sur de la ahora Ciudad de México, y que la División Everardo González fue una parte muy importante del Ejército Libertador del Sur, pero no se constituyó con una base morelense sino, sobre todo, con pobladores de la Sierra Nevada. Los resultados de sus investigaciones se dieron a conocer a finales de la década de 1970 y principios de la década de 1980, junto con otros que exploraban otras expresiones regionales del zapatismo, como la guerrerense y la oriental y de los altos morelenses, y que también habían hecho trabajo de campo con viejos combatientes.
A principios y mediados de la década de 1990, algunos investigadores centraron su atención en el movimiento zapatista pero otorgando mayor importancia a las dinámicas regionales, llegando a la conclusión que el territorio suriano desbordaba los límites políticos del estado de Morelos y, en realidad, se trataba de un espacio con una larga construcción territorial que anclaba sus orígenes en una zona ocupada por antiguos pueblos de origen náhuatl. A partir de ese momento se comenzaron a visibilizar las características regionales de la revolución del sur. Así se habló de zapatismo guerrerense, morelense (en sus versiones orientales, de los valles y de los altos), poblano, tlaxcalteca y mexiquense (del occidente y del oriente). De esta manera también se empezaron a atisbar las clasificaciones del zapatismo de Tierra Caliente y el de Tierra Fría.
A pesar de estos avances que complejizaban la historia del zapatismo y de la clara intención para hacer notar la heterogeneidad del movimiento suriano aún se ha seguido soslayando la participación de los pueblos de la Cuenca de México al interior de las filas del Ejército Libertador del Sur. Si bien se han publicado algunos estudios al respecto, es necesario profundizar en esta cuestión con la finalidad de conocer otras más de las variantes locales y regionales del movimiento jefaturado por el general Emiliano Zapata. En esta tesitura, es menester reconocer, por ejemplo, que en la Cuenca de México la lucha revolucionaria no fue uniforme, desde la zona serrana hasta la región de los antiguos lagos, sino que cada una de ellas tuvo sus particularidades como resultado de la diversidad de ecosistemas.
Así pues, pienso que al zapatismo de Tierra Caliente y Tierra Fría hay que agregarle la variante del zapatismo lacustre; originado al sur de la Cuenca de México, en lo que fue el territorio de los lagos de Chalco y Xochimilco. Mis pesquisas me han llevado a plantear dicha clasificación ya que la documentación de la época sugiere tácticas y planeaciones militares únicas para la zona lacustre. En efecto, en un artículo publicado por El Imparcial, el 31 de julio de 1914, se asentó que una comisión de marinos se encontraba estudiando “la complicada red de chinampas del lago.” La nota revela, en primer lugar, la capacidad del zapatismo para adaptar sus estrategias militares al paisaje lacustre, ya que si se nombró una comisión especial para el estudio de la situación que guardaban los canales y chinampas fue precisamente porque el movimiento suriano estaba haciendo uso de éstos en su lucha contra el ejército federal. Así, ante el avance rebelde y reconociendo involuntariamente su ignorancia acerca del territorio acuático, los mandos castrenses se vieron obligados a recorrer parte de la zona del sur de la Cuenca de México con la finalidad de obtener un conocimiento más adecuado de los lugares de los cuales su enemigo estaba haciendo un uso más eficaz.
Las estrategias del zapatismo lacustre quedaron registradas en algunos documentos, tanto oficiales como aquellos generados por el propio Ejército Libertador del Sur. Se sabe, por ejemplo, de un combate librado en Mixquic el 18 de septiembre de 1913 en donde las fuerzas surianas trataron de sorprender a los federales a través del ataque en canoas en uno de los canales principales del pueblo. Los zapatistas se escondieron en las chinampas y al anochecer atacaron para intentar tomar la población, sin embargo, una descarga involuntaria anuló el factor sorpresa y no pudieron cumplir con su objetivo, por lo cual se retiraron con ayuda de las mismas embarcaciones en las que habían arribado; las tropas federales, empero, no pudieron darles alcance debido a la geografía lacustre que les impidió perseguirlos. A pesar del fracaso militar, el documento es muy revelador en dos sentidos: primero en el hecho que el zapatismo adaptó sus estrategias revolucionarias el ecosistema acuático y, segundo, que la misma condición acuática del territorio en disputa representó una barrera para las fuerzas federales al tiempo que era una ventaja para la revuelta suriana.
La documentación de la época, asimismo, da cuenta de las diversas actividades zapatistas que se desarrollaron en la zona de chinampas. En primer lugar, como se ha visto, sirvió como sitio en el cual se desarrollaron los combates pero con base en el elemento acuático; además las chinampas sirvieron para emboscar al enemigo y como refugio para los combatientes; en las canales también fluyó una red clandestina para la comunicación entre los zapatistas de la capital y los provenientes del núcleo inicial de la revuelta, por ellos circulaba información y armamento como la policía secreta de Pablo González lo atestiguó tardíamente. En fin, el territorio lacustre brindó posibilidades novedosas para enriquecer la revolución suriana.
A la postre el factor que en un principio jugó a favor del zapatismo fue utilizado también por los distintos enemigos del general Emiliano Zapata. Hacia 1913 y 1914 se tienen noticias del uso de canoas por parte de las fuerzas huertistas y carrancistas, las cuales fueron utilizadas en el combate en contra de los rebeldes surianos. Sin embargo, lo que debe quedar claro es que el Ejército Libertador del Sur fue el primero en adecuar su revolución a las particularidades del mundo acuático, por ello, pienso que es necesario reconocer que en el sur de la Cuenca de México el zapatismo construyó su vertiente lacustre y chinampera, la cual, por cierto, es hoy desconocida por la historiografía contemporánea, no obstante es menester estudiarla con mayor profundidad.
Vistas las cosas desde esta perspectiva, es necesario reconocer que el zapatismo fue un movimiento sumamente heterogéneo y que si bien compartió particularidades con todos los pueblos donde tuvo influencia, también mostró características específicas dependiendo de la geografía en donde se iba expandiendo. Así pues, no es posible seguir hablando sólo del zapatismo morelense sino ampliar la visión hacia la región cultural donde echó raíces, la cual, por mucho, rebasó la estrecha división política que crearon los gobiernos liberales del siglo XIX mexicano.
Para saber más
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Warman, Arturo …Y venimos a contradecir. Los campesinos de Morelos y el estado nacional, 2ª. Edición, Centro de Investigaciones Superiores del INAH, México, 1978, 351 p.
Womack Jr., John, Zapata y la Revolución mexicana, Francisco González Arámburu (tr.), Siglo XXI Editores, México, 1969, 443 p.
Mtro. en Historia/ Baruc Martínez Díaz / Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Doctorado en Historia, Universidad Nacional Autónoma de México