Foto: Anna Shvets
Nuestra capacidad de transformar y obtener beneficios del ambiente ha permitido que aumentemos nuestras comodidades y el acceso a bienes materiales. Pero, el estilo de vida, producción y consumo que manejamos como sociedad ha traído consecuencias evidentes sobre los ecosistemas: bosques deforestados, lagos y ríos altamente contaminados, zonas muertas en los océanos, extinción de especies, sobrecarga de los ciclos de autodepuración del planeta, escasez de recursos, entre otros. La degradación de ecosistemas a estos niveles los hace incapaces de mantener poblaciones de organismos (plantas o animales) o de continuar con su funcionamiento, lo que, a su vez altera los servicios ecosistémicos (beneficios que podemos obtener de los procesos de un ecosistema sano).
Dado que las alteraciones en nuestro entorno y su respuesta son resultados de procesos altamente complejos, se vuelven poco predecibles. Así, es difícil imaginar el impacto que se provocará sobre un hábitat, una especie o una población completa, tal como ha demostrado la actual crisis del coronavirus SARS-CoV-2. Esta pandemia ha traído consigo pérdidas en todos los sectores de nuestra sociedad, pero también ha orillado a la humanidad a replantearse el modo en el que nos hemos relacionado con la naturaleza. Probablemente, ningún modelo matemático hubiese logrado predecir las consecuencias de acciones aparentemente “pequeñas” en un lugar al otro lado del mundo.
Foto: Dra. Alma Orozco
Ante escenarios como el actual, se requieren acciones que contribuyan a la recuperación de la integridad ecológica de los sistemas naturales, para lo cual, han surgido diversos campos de estudio. Uno de ellos es la Restauración Ecológica (RE), enfocada en estudiar los procesos necesarios para el óptimo funcionamiento de los ecosistemas. A continuación, se mencionan algunas características de la restauración, cuya correcta implementación puede contribuir en la prevención de futuras enfermedades emergentes, como el COVID-19, que ha azotado al mundo desde su aparición.
En sus orígenes, la RE era considerada una rama de la Ecología, la cual perseguía la recuperación de los hábitats y la biodiversidad. Sin embargo, se ha visto en la necesidad de transformarse, debido a que, aunque parecía dar solución a los rápidos cambios en los ecosistemas, sólo lo hacía en los modelos experimentales, pero en la práctica, esta ciencia se ha encontrado con múltiples mundos incapaces de ser abordados con un único enfoque desde las ciencias naturales.
Por ello, en los últimos años, los restauradores han reconceptualizado su marco de estudio, donde sus objetivos deben considerar las interacciones de la gente con la naturaleza, y al mismo tiempo, trabajar con sus implicaciones en los aspectos socioeconómicos y políticos. Así, en este campo es fundamental la transdisciplinariedad, donde los enfoques sociales y de ciencias naturales puedan converger, transformarse y complementarse mutuamente en igual medida, y así, proponer proyectos de RE que sean apoyados por todos los sectores de una comunidad.
Foto: Karolina Grabowska
Finalmente, los sistemas naturales cambian a través del tiempo y los cambios inducidos por la actividad humana también, por lo que deben ser considerados. En este sentido, los investigadores han incorporado más los aspectos sociales en los proyectos de restauración. De este modo, la RE también incluye el análisis de los procesos que ocurren en las poblaciones humanas y nuestros sistemas de producción, esto ayuda en la búsqueda de alternativas para continuar con nuestras actividades de manera sostenible. Sin embargo, esta práctica es un constante ensayo de prueba y error, por lo que es necesario experimentar y considerar la situación específica de cada sitio a restaurar para proponer mejores planes de acción.
LCA. Karla Hernández Hernández / Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Universidad Nacional Autónoma de México