Revista de Divulgación Científico-Tecnológica del Gobierno del Estado de Morelos

El cambio climático como principal fallo del mercado

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La hipótesis neoclásica de la Economía establece que ésta es la ciencia que estudia la conducta humana en relación con objetivos y recursos escasos que tienen usos alternativos. En esta definición se implica que los agentes económicos (familias y empresas) son maximizadores, sujetos a restricciones; son agentes que buscan maximizar (aumentar) su bienestar sin importarles el de otros (son egoístas), en tanto que sus funciones de ‘utilidad’ (en lenguaje técnico, esto es, de satisfacción) no dependen de la ‘utilidad’ (de la satisfacción) de los otros individuos o cualquier influencia externa a la satisfacción (bienestar) que se deriva del consumo.

En el modelo de competencia perfecta –el arquetipo de los mercados en teoría económica–, las elecciones de las múltiples empresas competidoras no consideran o reaccionan a lo que las otras hacen, pues son reactivas –toman el precio de mercado como dado, pues se entiende que el bien es homogéneo– y a ese precio maximizan su beneficio, tomando en cuenta las restricciones que enfrentan. La economía neoclásica arguye que el bienestar social alcanza así su máximo, pues los bienes escasos se utilizan de la manera más eficiente en sus usos y no hay una manera de estar ‘mejor’ sin afectar, al menos, a uno de los agentes. Más aún, se supone que en este mercado competitivo se consigue un equilibrio –satisfecho por los precios– que ‘vacía’ el mercado: los excesos de oferta o de demanda no existen (cantidades). Dicho de otra manera: “El mercado es una organización eficiente” que logra alcanzar el bienestar social óptimo.

Lamentablemente, el modelo antes descrito se observa escasamente en la realidad. Las empresas buscan innovar y aprovechar un nicho; usan información privilegiada; explotan las escalas de producción, etc. Las empresas no son agentes pasivos que permanecen inmóviles ante la competencia. El estado de equilibrio es estacionario. Comprendiendo sus límites, el modelo es útil en cuanto a que establece una propuesta conceptual ‘comparativa’. Si los mercados se comportaran así, los consumidores obtendrían el máximo nivel de satisfacción permanentemente, ya que al ser tan ‘intensa’ la competencia, el precio de equilibrio sería el menor posible, permitiendo que las empresas produzcan y obtengan ganancias de ‘mercado competitivo’. No obstante, el mundo del ‘equilibrio’ tiene un enorme costo: la falta de diversidad. Si el producto fuese homógeneo, todos vestiríamos la misma ropa, con la misma textura, corte y color. En cambio, la variedad y la novedad cuestan. El mundo del ‘equilibrio’ sacrifica, asimismo, la noción de empresa diferenciadora.

Mercados perfectos es un concepto teórico, que es útil para revisar cómo se comportan los mercados frente a esa propuesta. La realidad es que los mercados son complejos y muestran multitud de 'fallas'. Las más comunes son a) externalidades, son actos de una empresa que afectan otras y, no obstante, no pagan por ello. El ejemplo más común es, desde luego, la contaminación; b) de competencia. Las empresas desarrollan innovaciones, con lo que pueden descender el costo total medio, ponerse en ventaja y obtener rentas extraordinarias, extrayendo ese beneficio del consumidor. Por su parte, las empresas grandes tienen la posibilidad de disuadir la competencia, a través de la producción en escala; c) los bienes públicos, bienes que no son suministrados por el mercado (no generan beneficios) y, si lo son, las cantidades resultan insuficientes; d) mercados incompletos, en ese mercado no se cuenta con incentivos para una oferta óptima, dado que la información no es completa; e) fallas de información, cuando los agentes tienen información incompleta y el mercado suministra poca información, por lo que la distribución de la misma es asimétrica; y, f) desempleo y otras perturbaciones económicas como las altas tasas de inflación. Abundaremos en aquella falla que ha dado origen al, quizá, mayor reto (y problema) que enfrenta la humanidad1 (y el sistema económico) en la actualidad. La revolución industrial aceleró el uso de combustibles fósiles, que ha significado un auténtico legado tóxico y que no ha sido resuelto. Cuando un contaminador toma decisiones basadas únicamente en sus costos y beneficios (privados) sin tener en cuenta los costos indirectos que recaen en las víctimas de la contaminación se genera una externalidad negativa.

Esta situación dejó de ser temporal, pues la atmósfera tardará muchos años en procesar los gases de los combustibles de origen fósil. Los costos sociales –totales– de la producción son superiores a los costos privados. Las emisiones de gases de efecto invernadero tienen en jaque el porvenir de la humanidad. Las sociedades, las instituciones internacionales y la regulación global se convierten en un elemento indispensable para reducir esta enorme falla del mercado. Existe una clara relación de interdependencia entre la naturaleza o el medio ambiente y la propia economía.

Cualquier economía utiliza recursos naturales y genera residuos; al producir, se causa un claro deterioro de los ecosistemas, hay pérdida de biodiversidad y no se estudia la capacidad de asimilación ambiental.

Los procesos económicos son inevitablemente procesos biofísicos; de acuerdo con la ley de la conservación de la energía, en los procesos productivos los recursos se transformarán –al menos una parte– en residuos.

Las posibles medidas no pueden parar las actividades industriales y, podemos prever que los impactos afectarán a naciones desarrolladas y a las emergentes, lo que abre la puerta, de manera alarmante, al surgimiento de criterios políticos, asimétricos y de oportunidad. Adiós solidaridad: suele surgir el problema del ‘free rider’; es decir, de aquel que se aprovecha de que otros sí cumplirán, para incumplir. Por más que la teoría señale que este tipo de escenarios requieren la aplicación de correcciones a través de impuestos –como expresamente se confirma en Coase (1960)– o de otro tipo de controles que internalicen el costo al emisor, las razones para incumplir son numerosas, sobre todo cuando hablamos de naciones: efectivamente, si estas emisiones superan una jurisdicción, los mecanismos de control suelen resultar totalmente insuficientes. Si estos acuerdos no se aceptan de manera unánime y se acepta expresamente el compromiso, su efectividad es, cuando menos, dudosa. Si el mayor emisor (Estados Unidos durante el gobierno de Donald Trump) rechazó tomar parte en los acuerdos globales, los efectos positivos de las medidas adoptadas resultan nimios. El problema de las emisiones es global y se requieren acuerdos vinculantes globales. Este fallo del marco institucional bajo el que esos mercados funcionan es una falla grave en el diseño de las reglas económicas y de producción, que permiten, toleran o ignoran esos impactos ambientales y conceden que los empresarios se desentiendan de ellos y no asuman las responsabilidades de los daños.

En este contexto, la regulación es la normatividad que puede conducir las elecciones de los agentes económicos. Mantener permanentemente el propósito de corregir los costos negativos es, desde luego, central. De acuerdo con Stiglitz (2010), “la regulación es necesaria debido a que los costos y beneficios sociales y privados, y por tanto los incentivos, están mal alineados”. Después de la crisis financiera de 2008, la regulación del Estado se ha tornado en una intervención ampliamente aceptada.


Mtro. José Francisco Pulido Macías / Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Director general del Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Morelos