Dra. M. Angélica Santana Calderón
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Facultad de Ciencias de la UAEM
T.S.L. Christian Sánchez Espinel
Facultad de Biología, Universidad de Vigo, España
Nuestro organismo está constituido por millones de células diferentes que deben trabajar continuamente y con una gran precisión para poder mantenernos con vida. Cada una de estas células es un ente vivo y dinámico y como tal puede envejecer y mal funcionar en alguna etapa de su vida. Aunado a esto vivimos en contacto continuo y estrecho con los microorganismos del medio ambiente. Nuestro sistema inmune se encarga de supervisar la función de nuestras propias células y de controlar a los microorganismos del medio ambiente para poder mantenernos con salud.
El sistema inmune está constituido por diversas células, cada una de las cuales tiene funciones específicas que desempeñar. Por su función se le clasifica en sistema inmune innato y adaptativo, aunque durante la respuesta adaptativa ambas ramas funcionan juntas. El sistema innato tiene un origen evolutivo mucho más temprano (está presente ya en los organismos más sencillos como las esponjas marinas) y su función es inmediata ante un reto determinado. El sistema adaptativo, se desarrolla a la medida de un patógeno determinado. Aparece en vertebrados y es más lento en responder. Entre el reconocimiento de un patógeno y su eliminación, tarda entre siete y diez días.
La función del sistema innato se basa en el reconocimiento de firmas moleculares. Así como cada organismo tiene características visibles que lo distinguen de las demás especies y que nos permiten distinguir un perro de un caballo o un perico. Las células del sistema innato pueden distinguir entre distintos tipos de virus, bacterias, hongos o parásitos y también distinguir cuándo una célula propia está funcionando mal o hay daños a tejidos. En muchos de los casos, el sistema inmune innato elimina el problema por sí mismo, a través de células fagocíticas como los macrófagos o de moléculas, como el complemento, cuya función es similar a la de un taladro que puede perforar células extrañas. Otros organismos mucho más patogénicos, requieren para su eliminación del sistema inmune adaptativo.
El sistema adaptativo reconoce características mucho más específicas. Para seguir con el ejemplo anterior, en lugar de diferenciar a un perro de un caballo, va a reconocer específicamente al “perro de Juanito”, que es pequeñito, con las orejas largas, una manchita blanca en el pecho y tiene el pelo corto y café (Figura 2). Es decir que en lugar de reconocer firmas moleculares, reconoce antígenos específicos. Esto lo logra a través de miles de millones de células con receptores (o anticuerpos) diferentes, denominadas linfocitos, cada una de las cuales reconoce una característica particular. Esta fuertemente controlado y sólo se “despierta” cuándo hay una señal de alarma, es decir, cuando el sistema innato ha identificado que un determinado patógeno tiene firmas moleculares características que lo hacen peligroso o se ha generado daño en los tejidos. En el ejemplo, es muy probable que si nos encontramos con un patógeno inocuo como sería en condiciones normales “el perro de Juanito” no haga una gran señal de alarma que despierte al sistema adaptativo (nos llamamos al ejercito a eliminarlo). Pero sí habría señal de alarma si el mismo “perro de Juanito” se multiplica como un gremlin y se vuelve agresivo.
Para poder establecer una acción concertada, las células del sistema inmune deben de comunicarse entre sí, aunque se encuentran dispersas en todo nuestro cuerpo. Para aumentar la probabilidad de encuentro y comunicación entre las células, existen los ganglios linfáticos. Cuando tenemos infecciones, es común sentir nuestros ganglios inflamados, esto es porque durante una infección hay gran actividad celular en ellos y se está organizando la respuesta inmune.
La respuesta inmune varía dependiendo del tipo de reto que enfrentamos. Un organismo vigoroso y saludable suele establecer la respuesta que más conviene a un determinado reto. Por ejemplo, si se trata de una lombriz intestinal, la mejor manera de eliminarla es mediante sustancias tóxicas dirigidas contra ella, a esto se le conoce como inmunidad humoral (Figura 1B). En cambio, si nos infectamos con un virus o bacterias intracelulares, que viven en el interior de nuestras propias células, se va a potenciar la actividad microbicida de nuestras células inmunes y el reconocimiento y eliminación de las células infectadas, es decir, se establecerá una inmunidad celular .
Algunos patógenos han encontrado maneras de evadir la respuesta inmune o desviarla a las ramas que no son efectivas contra el mismo. Nuestro sistema inmune también ha evolucionado contra muchos de estos organismos, y en muchos casos llegamos a “compromisos” con los patógenos con los que vivimos día a día, de manera que logramos controlar su crecimiento y el daño que nos hacen, aunque no logremos eliminarlos. Así, la mayoría de nosotros llevamos en nuestro cuerpo a una serie de “pasajeros indeseables” que solo nos enferman cuando bajan nuestras defensas por estrés, cansancio o mala alimentación. Entre esos pasajeros indeseables se encuentran el bacilo de la tuberculosis, el virus de Epstein Barr, distintos tipos de herpes y la hepatitis.
El conocimiento del sistema inmune ha crecido mucho en los últimos años y constituye una de las ramas con mayor número de investigadores trabajando en todo el mundo. Esto es por el impacto tan grande que tiene en nuestra salud. Tratamientos novedosos contra enfermedades como el cáncer, la diabetes o la artritis se están desarrollado a partir del conocimiento básico de la biología de las células inmunes. Asimismo, existen muchos laboratorios trabajando en la obtención de vacunas contra enfermedades como el SIDA, la malaria, la tuberculosis y el SARS, entre muchas más.
La Dra. Angélica Santana es Profesora e Investigadora de la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Dirige el Laboratorio de Inmunología Celula, e investiga actualmente la biología celular de los linfocitos de neonatos mexicanos. Los niños pequeños, en particular los recién nacidos, tienen un sistema inmune distinto al de los adultos. El conocimiento de las características de las células encargadas de la memoria inmunológica (linfocitos) es indispensable para el uso más adecuado de las vacunas y el tratamiento de enfermedades infecciosas propias de esta edad. Actualmente realiza una estancia corta de investigación en la Universidad de Vigo, España.
Christian Sánchez Espinel es Técnico Superior de Laboratorio en el grupo de la Dra. África González Fernández en el área de Inmunología de la Facultad de Biología de la Universidad de Vigo (España). Trabajó en los últimos años en la evolución del sistema inmune desde él de los primeros vertebrados hasta él de los mamíferos de hoy en día, y actualmente se dedica a la investigación en el campo de la Nanotecnología y su aplicación diagnóstica y terapéutica en Biomedicina, para lo cual es imprescindible evaluar la respuesta del sistema inmunológico