Por: Blanca Solares Altamirano
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Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM-UNAM)
El descubrimiento reciente del gran monolito identificado como Tlaltecuhtli, Diosa de la Tierra del panteón azteca, en octubre del 2006, constituye sin duda uno de los hallazgos más significativos de los últimos tiempos para el conocimiento y la comprensión del lugar de la Diosa en la religión del México Antiguo. El monumental monolito de dimensiones extraordinarias, más grande que el de Coyolxauhqui, (descubierto en 1978 y de 3.23 x 3.08 m), y apenas comparable con la Piedra del Sol (1790, de 3.58 x 3.58), pesa aproximadamente 12.3 toneladas y sus dimensiones alcanzan 4 x 3.57m.
Según el reporte de los integrantes del Programa de Arqueología Urbana del INAH, el tipo de piedra de la lápida corresponde a una andesita color rosa proveniente del yacimiento de la Formación Chiquihuite, ubicada, en línea recta, en Tenayuca, a 9 km al norte de Tenochtitlan. Entre las incógnitas que el descubrimiento suscita, los eminentes arqueólogos Eduardo Matos Moctezuma y Leonardo López Luján se preguntan, “¿Para qué se habría colocado frente al Templo Mayor una escultura de dimensiones ciclópeas, cuyo traslado involucró a cientos de individuos y en cuya elaboración participaron artistas del más alto nivel?”. Pero así también al observarla, surge la pregunta inmediata sobre ¿de dónde se deriva la representación de la deidad de la tierra de manera tan monstruosa, con faldellín compuesto de fémures humanos cruzados y cráneos en lo que tendrían que ser las rodillas y los codos, con rostro humano pero boca descarnada de la que sale una especie de líquido que se ha identificado probablemente con sangre o algo que no sabemos bien si sale, o mejor “entra”, entre las dos hileras de dientes enclavados en marcadas encías y, con garras en lugar de manos y pies? ¿Por qué resulta estar colocada en un lugar central en la estructura arquitectónica del Templo Mayor? ¿Cuál es el significado de los cultos sangrientos a la deidad femenina en medio de una sociedad predominantemente guerrera y sacrificial?
Pese a su espesor, de 18 a 35 cm., la pieza parece estar fracturada al menos en cuatro partes y colapsada hacia el centro, debido quizá a hundimientos en el área y a una cavidad bajo la lápida misma rellena parcialmente con piedras de tezontle. Si bien tampoco se sabe si la fractura es intencional. La Diosa lleva en cada mejilla un círculo propio de las deidades de la tierra y la luna así como adornos vinculados a la feminidad, dos orejeras circulares con un pendiente trapezoidal, ojos en forma de medias lunas, cabello crespo del que sobresalen “algunas banderas de papel con franjas rojas” (uno de los rasgos específicos de esta representación) y diseños de caracoles.
La clave principal para inferir la función del monolito fue su ubicación: “en un sitio próximo al lugar donde se encontraría el llamado Cuauhxicalco” , entre el Templo Mayor y el Tzonpantli; según el Códice Florentino, espacio de ofrendas rituales en las veintenas de Panquetzaliztli y Tititl. Según Fray Diego Durán y Alvarado de Tezozomoc, depósito donde se inhumaron las cenizas de varios tlaloques mexicas. Los bultos mortuorios con el cadáver real y ofrendas de corazones y sangre de los sacrificados en el tzonpantli se incineraban en una gran pira al pié del Templo Mayor. Luego, las cenizas se rociaban con agua ritual y se sepultaban en el Cuauhxicalco, así según las fuentes los restos de Tizoc (en 1469), de los acompañantes de Axayacatl (1481) y los despojos de Ahuitzotl, en 1502.
En los códices Borgia, Laud y Féjérváry-Mayer se observan imágenes en las que los bultos mortuorios son ingeridos por Tlatecuhtli y en los códices Borgia, Telleriano-Remensis, Borbónico y el Tonalamatl de Aubin otras donde la Diosa, insaciable devoradora, se traga al mismo Sol.
Como es sabido, el Imperio azteca correspondía simbólicamente con el dominio del astro, divinidad con la que se identificaba su tlatoani y cuya muerte era igualmente asimilada a la desaparición del Sol. Entre la garra del pie derecho del monolito descubierto se ve un glifo calendárico con la fecha dos conejo y diez conejo que los arqueólogos remiten respectivamente al año de 1486 – fecha en la que posiblemente haya sido coronado Auhitzotl - y al año de 1502, en el que probablemente haya fallecido a consecuencia de un duro golpe en la cabeza al huir de la inundación del año 8 pedernal.
El monolito de Tlaltecuhtli, también llamado monolito de la Casa de Ajaracas, habría sido la lápida sepulcral de Auhitzotl, equiparado con el Sol y sepultado (o devorado) por la terrible Tlaltecuhtli.
Como también nos lo hacen notar Matos Moctezuma y López Luján, los cuahxicalli o depósitos rituales donde se guardaban los corazones de los sacrificados llevan en su parte superior un disco solar, mientras que en su parte inferior a Tlaltecuhtli, de ahí que no sería extraño descubrir oculto, a la inversa de la Tlaltecuhtli aquí a la vista, al Sol, con lo que simbólicamente, la imagen de la diosa de la Tierra asociada fundamentalmente con la muerte quedaría también vinculada con la vida.
En la horripilante representación de la Diosa en el monolito recién descubierto, por lo demás típica del canon plástico mexica, recuérdense las representaciones de La Coatlicue Mayor, la destazada Coyolxauhqui o las Tzizimime, monstruos femeninos celestes asociados con la muerte, apenas si queda un remoto vestigio de este vínculo de la Diosa de la Muerte con la Diosa de la Vida que en los rituales arcaicos, por ejemplo en los Misterios de Eleusis, en Grecia, se correspondían con una iniciación. Clave sin embargo, quizá, de la refundación de la cultura azteca, y que pese al predominio del poder guerrero, sacerdotal y patriarcalista, con todo, muy probablemente el mismo tlatoani debía realizar.
La Dra. Blanca Solares Altamirano realizó sus estudios de licenciatura en Relaciones Internacionales, posteriormente la maestría en Estudios Latinoamericanos en la UNAM y en el año de 1992 obtuvo el grado de Doctora en Sociología y Filosofía en la Universidad de Frankfurt, Alemania. Actualmente es investigadora del CRIM, donde desarrolla la Línea de investigación en Estudios del Imaginario. Hermenéutica de la imagen, el símbolo y el mito. Es autora del libro Madre Terrible. La Diosa en la religión del México Antiguo, de próxima aparición.
[1] Barrera, Rivera, J. A., Islas Domínguez A., López Arenas, G., Diéz Barroso Repizo, A., Lina Hernández U., (Integrantes del Programa de Arqueología Urbana, INAH), “Hallazgo de la lápida monumental con la representación de Tlaltecuhtli” en, Arqueología Mexicana, v. XIV, no. 83, enero-febrero del 2007, pp. 19-21
[2] “La diosa Tlatecuhtli de la Casa de las Ajaracas y el rey Ahuízotl” en, id, p. 26