Revista de Divulgación Científico-Tecnológica del Gobierno del Estado de Morelos

Elementos arqueológicos rupestres pictóricos en Tetela del Volcán, Morelos.

M.A. Raúl Francisco González Quezada / Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Instituto Nacional de Antropología e Historia Delegación Morelos
Archivo: Arqueología

Esta colaboración está avalada por el arqueólogo Marco Córdova Tello, director del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Delegación Morelos.

Todo ser humano vive en comunidad, no existe ser alguno que pueda vivir al margen de ella y no existe la posibilidad de sobrevivencia permanente de algún Robinson Crusoe aislado viviendo en alguna isla sin contacto alguno con nadie.
          Esta es una condición que ha determinado nuestra capacidad como especie para sobrevivir, adaptarnos en comunidad al medio y también, como ninguna otra especie lo logra, adaptarlo a nuestras necesidades. La humanidad se ha extendido en la capacidad que le ha otorgado el desarrollo de la tecnología a los más diversos medios y aunque parezca increíble, pocos son los ecotonos (la zona de transición entre dos o más ecosistemas) en donde el humano no habita o ha habitado alguna vez.
          En comunidad de vida, el comunicarnos es una condición permanente, hacerlo es siempre nuestra intención en cada acto de la vida que realizamos. Desde que nos despertamos existe la intención de comunicar algo. Incluso cuando nos aseamos, vestimos y peinamos, lo hacemos con la intención de comunicar algo. Eso sucede con todos, desde aquel que parece importarle poco su apariencia y parece desaliñado, hasta el que tarda horas en arreglarse. Todos finalmente terminan comunicando algo a los demás.
Más allá de la comunicación que logramos con nuestros cuerpos, su arreglo y presentación ante los demás, existe esa comunicación por excelencia para el homo sapiens desde que nos distinguimos de otras clases de homínidos, que es el lenguaje hablado.
          La palabra nombra al mundo, indica las cosas, somete lo diverso a lo único de la palabra. Esto es, que en una palabra se concentran muchísimas experiencias que hemos tenido del mundo. Pensemos en el tradicional ejemplo de la palabra árbol, ésta no indica a un árbol en particular, no es el árbol de mi patio o el del parque, un ahuehuete o un amate determinado; es una abstracción que usamos los humanos donde concentramos múltiples experiencias para poder comunicarnos y así transmitir ideas. Árbol es por decirlo de alguna forma, todos los árboles que socialmente reconocemos dentro de esa categoría lingüística.
Nombrar las cosas y experiencias es un ciclo que transforma al mundo, es lo que los antiguos griegos llamaban poiesis, es la forma en la que nos enfrentamos a loa objetos cómo actuamos frente a ellos. Cuando lo hacemos frente a los demás hacemos praxis, nos comunicamos en el cara a cara y también transformamos nuestro entorno social.
A lo largo de la historia de la humanidad esta transformación del mundo ha dejado huellas, desde los primeros homínidos que colocaron a sus deudos en singulares posiciones y les colocaron flores, comenzaron a dejar huellas ineludibles de este actuar con los otros y con el mundo.
Una de estas huellas se logró a través del uso de la pintura rupestre, ampliamente esparcida por muchas comunidades de cazadores y pueblos posteriores del planeta, consiste en pintar con mezclas minerales y vegetales signos sobre rocas.
          Hasta hace muy poco tiempo, los investigadores que nos dedicamos a localizar y registrar este tipo de registro humano realizado en las rocas para comunicar ideas en el grupo al cual pertenecían y a otros que tuvieran acceso a estos lugares, solamente podíamos acceder a los signos a través de la fotografía tradicional y a los dibujos que realizábamos de ellos. Recientemente, con el desarrollo de la fotografía digital y de los programas para manejo de imágenes, hemos logrado captar signos pintados en las rocas que fueron realizados, que con el tiempo se deterioraron y terminaron por ser tan escasamente visibles para el ojo humano que se llegaba a considerar que no existían.
La ciencia aplicada en la tecnología digital ha permitido a los investigadores del pasado, acceder a estos signos que de otra forma seguirían ocultos para nosotros.
Los especialistas que investigan estas pinturas se llaman arqueólogos y se dedican a explicar e interpretar los procesos sociales que ocurrieron en el pasado, para lo que nos acercamos a estas huellas de la gente que vivió hace años y cuya sociedad ya no existe.
          La forma de localizar estas pinturas es muy emocionante. Regularmente las comunidades de nuestro estado de Morelos tienen noticias ancestrales de esos lugares que tienen pinturas, monitos, flores, gallitos y otros signos que ellos alcanzan a reconocer en las pinturas. Sin embargo, es preciso realizar también visitas a aquellos lugares donde actualmente se tienen espacios donde se realizan ofrendas en fechas del calendario ritual de las comunidades, pues en muchas ocasiones coinciden con lugares que utilizaban sociedades anteriores. Cruces en lo alto de los cerros, espacios en los abrigos rocosos, cuevas, texcales, barrancas y múltiples parajes donde se podrían conservar las pinturas, más allá de que se perciban a simple vista.
En Tetela del Volcán, municipio del noreste de Morelos hemos localizado pintura rupestre que fue realizada hace muchos años sobre la roca. Por medio de vecinos del pueblo de la comunidad de Hueyapan visitamos un lugar dedicado al ritual en un paraje en el monte que llaman Laja. Ahí se encuentra pintada en un texcal la imagen de la Virgen de Guadalupe. El recorrido hasta el sitio incluye un mirador en el paraje Tlachialoyan, un camino hasta alcanzar la antigua vía del tren que pretendía llegar de Ozumba a Atlixco a principios del siglo pasado, un túnel ferroviario de al menos 65 metros de longitud, algunas alcantarillas que se produjeron para salvar barranquillos, algunos puntos del Río Amatzinac antes de que llegue a la cascada llamada El Salto.
Cuando arribamos al sitio fotografiamos todas las caras del texcal que fueron posibles, incluyendo con detenimiento aquellas que se veían escasamente las pinturas rupestres que no consideramos en primera instancia que se pudieran reconocer con claridad todos los signos ahí pintados.
          Una vez obtenidas las imágenes desarrollamos la estrategia técnica en gabinete que ha tenido éxito en Cuba por el Grupo Cubano de Investigaciones de Arte Rupestre (GCIAR) con pinturas con pigmentos análogos en color, y utilizamos el programa Decorrelacion Stretch planeado para incluirse en el programa ImajeJ, para considerar si podríamos rescatar visualmente los signos de las pinturas.
Los resultados fueron asombrosos y pudimos rescatar múltiples imágenes bien contorneadas al aplicar un filtro que resalta fundamentalmente las tonalidades cromáticas rojas. Ubicamos así, gran cantidad de signos pintados en el texcal, que consisten fundamentalmente en signos geométricos, lineales, manos pintadas al positivo, representaciones zoomorfas y antropomorfas que nos permiten creer en prácticas sociales pasadas relacionadas con el monte hueyapeño, a una altura donde hemos sobrepasado los tres mil metros de altura y la frontera agrícola ya no permite sembrar maíz. Este espacio pudo estar asociado con la caza, y la obtención de productos maderables y vegetales de altura que no se consiguen en zonas más bajas. Y aunque es difícil precisar la fecha en que se realizaron estas pinturas consideramos que están asociadas a comunidades que vivieron en la zona entre el 1350 y 1810 d.n.e. en la región, pues encontramos también palabras en español antiguo, quizá del siglo XVII o XVIII, pintadas con pigmentos parecidos.
          Conocer las formas de expresión de comunidades periféricas del poder mexica y posteriormente durante el Virreinato, insertas en el monte donde la vigilancia es escasa, nos abre una ventana a las estrategias para comunicar ideas en momentos de mucha presión política y económica, y nos permite evaluar el pasado comunitario hueyapeño resguardado en parte, en esos elementos arqueológicos rupestres pictóricos que comúnmente llamamos pintura rupestre. El objetivo de este proyecto es explicar el desarrollo histórico de las comunidades en la región desde el 500 a.d.n.e. hasta el período virreinal, con énfasis en su distinción periférica frente a múltiples momentos de sociedades centrales que involucraron a estas comunidades para sus intereses particulares.


Para leer más… Gutiérrez Calvache, Divaldo A., González Tendero, José B. y Fernández Ortega, Racso. Primera aplicación de DStretch-ImajeJ. Mejora automatizada de imagen digital en el arte rupestre cubano. En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/dstretch cuba.html 2009.

 


Semblanza


Raúl Francisco González Quezada es maestro en arqueología, profesor-investigador del Centro INAH Morelos y director del Proyecto Investigaciones Arqueológicas en el Noreste de Morelos desde 2010.